La acrofobia, también llamada miedo a las alturas, es una condición que prevalece entre el 3% y el 5% de la población general (Antony, Craske, & Barlow, 1995) y que no necesariamente tiene que ser patológica. De hecho, sólo implica un problema cuando la respuesta ansiógena es insoportable o cuando produce ataques de pánico, sensación de sofoco, miedo a caer, etc. La acrofobia forma parte del subtipo de «fobias específicas», en el que una respuesta de ansiedad intensa, incluso de miedo, emerge cuando el paciente entra en contacto con un estímulo específico, en este caso, cuando el paciente está situado a una altura o una elevación determinada.

Hay varios agentes implicados en el desarrollo y mantenimiento de esta fobia y Coelho, Waters, Hine y Wallis (2009) consideran factores asociativos no hereditarios y asociativos acondicionados en su modelo. Por lo tanto, se considera un fenómeno multicausal que no todos los pacientes que parecen sufrir esta fobia la han desarrollado de forma condicionada o aprendida. Además, en un estudio longitudinal realizado por Poulton, Davies, Menzies, Langley y Silva (1998), aquellos que participaron en el estudio y sufrieron lesiones y caídas significativas antes de los 9 años no muestran una respuesta fóbica cuando tienen 18 años.

Sin embargo, hay personas que al exponerse a las alturas muestran respuestas de ansiedad muy por encima de lo saludable. En estos casos es esencial tratar al paciente porque muestra un intenso nivel de acrofobia que le puede llevar a evitar cualquier situación en la que no esté a ras de suelo. La intensidad de la respuesta de evitación depende de las condiciones de cada paciente y de la situación pero, particularmente, es importante comprender cómo se manifiesta a través de un continuum, es decir, una escala de situaciones en las que el paciente está expuesto a unas alturas determinadas que fluctúan entre subir un piso por las escaleras y situar al paciente ante un precipicio muy elevado. Así podremos analizar la importancia, la repercusión del trastorno y la fase en que se encuentra.

Es importante mencionar que la realidad virtual es una buena alternativa comparada con las técnicas tradicionales de exposición en el tratamiento de la acrofobia por varios motivos. En primer lugar, la realidad virtual ofrece al terapeuta un mayor control de las variables de exposición, el cual es muy útil si tenemos en cuenta la dificultad de encontrar un entorno óptimo para tratar esta fobia.

En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, se trata de un tratamiento menos costoso en cuanto a logística, tiempo y esfuerzo, ya que la realidad virtual permite modelar la situación y, por tanto, no requiere que el paciente y el terapeuta se desplacen para encontrar los lugares idóneos para una exposición en vivo. Finalmente, debemos tener en cuenta que disminuyen las probabilidades de que el paciente no quiera someterse al tratamiento y que la realidad virtual es una terapia, en cuanto a tratamiento, igual de eficiente, como mínimo, que la exposición en vivo ( Emmelkamp, ​​& cols; 2002).

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